Ella me dijo que debía volar,
abrir mis alas y seguir hacía el cielo infinito.
Le miré una última vez…
Quizás mi mirada era de un color
gris, de un color amargo, de grandes silencios y enormes batallas contra un
enemigo que tristemente conocía. Quizás las heridas no eran visible, y si
existían, eran rápidamente silenciadas.
Y un adiós te convierte en
recuerdo, las palabras rápidamente pasan de ser escritas, habladas, susurradas,
para convertirse en unas líneas que, cuando creemos que todo va bien, nos
recuerdan que fue de ti…que fue de mí.
Ella me empujó contra su pecho, y
al igual que guardó silencio, también guardamos las palabras. El salto fue
inevitable, quizás, pues es algo de lo que sigo dudando, era tan necesario como
libre. Y de la nada se pasó al silencio, a una palabra escrita que solo recordamos
cuando la soledad más eterna, nos invade por dentro. Nos quema y nos recuerda
que una vez simplemente volamos hacía el cielo.
Su recuerdo, como debería suceder
con todas las personas, perdura en el tiempo, en la voz, en la palabra y,
porque no decirlo, también en el silencio. Ella me dijo que volase, que
sintiese el aire acariciar mi piel, que las alas no debían proteger a quien
solo soñamos, que las alas tiene un dueño del cual hace tiempo renegué, solo
así supe volar.
Es por eso que muchas veces
miramos al cielo de manera inconsciente, buscamos a aquella persona que nos
dijo que debíamos volar. Y cuando llueve, el cielo llora por los recuerdos
vivos, por las palabras que nunca dijimos. Nos preguntamos si quizás fuimos cómplices
de un silencio que debimos haber roto, pero comprobamos como el tiempo es
perfectamente imperfecto y nosotros, o nosotras, formamos parte de él.
Y si me preguntan si le hice caso
la respuesta de un “desde luego”. Solo que volar no implica surcar el cielo,
buscar el infinito. Volar también significa saltar al vacío, para que tus alas
muevan las de aquellos que tienen miedo a volar, para aquellos que no sueñan
sueñen con los ojos abiertos, luchando por cumplir sus objetivos.
Vuelas, quizás no en la mejor
decisión, pero lo haces. Y mientras mueves tus alas recuerdas que un día el
todo se convirtió en nada. Crees que eres invulnerable, al fin y al cabo todos
nos sentimos así cuando simplemente dejamos que el olvido se apodere de nuestra
mente. Felices en la ignorancia del no saber.
Por eso ella me grita ¡Vuela!
Y yo, simplemente yo, me limité a
sonreír, igual que lo hacemos todos cuando el silencio de la palabra de
despedida, acaricia nuestra mirada, pero no: las cosas van bien. Y caminas por
un horizonte infinito, casi abstracto, pero tan firme, tan lleno, que tus alas
pueden palparlo, sentirlo…y observar como bajo tus alas, el universo es
infinito.
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