Volamos (carta a Luneth)


Volamos

Un día crees estar en el punto más álgido  de tu vida, un punto en el que las cosas te van bien, o al menos eso crees, al fin y al cabo la incertidumbre forma parte del ser humano desde sus primeros pasos sobre la tierra. Te sientes bien tanto contigo como con tu entorno. Crees poder sentarte en lo alto de la cima para observar el paisaje, mientras estiras los pies y te relajas.

Caminas a paso firme, sin mirar atrás, porque de hacerlo dejarías de caminar hacia adelante. El futuro es prometedor, el presente parece no importar. La felicidad en estado puro y duro. Tú, en lo alto de tu cima con unos pilares bien firmes, tus amigos, tu trabajo, tus estudios, tu entorno, tu felicidad al fin y al cabo.

Pero un día todo cambia.

Un día, uno de esos pilares se tambalea. Poco a poco, todo se va desmoronando, la cima de tu montaña parece perder el equilibrio, comienzan a fallar el resto de pilares. Comienzas a caer de manera infinita, pues la caída es algo que parece no tener limite. Y llega un punto en el que no te importa caer más. No te preguntas cuando dejarás de caer, te resignas en tu caída y aceptas lo sucedido. Dejas de ver a los amigos, comienzas a pasar más y más horas contando horas con los pies el suelo, cuesta dormir, incluso el silencio parece tener un sentido más duro, te abraza y te hace suyo, simplemente te dejas llevar.

En tu caída no te preguntas nada, lo único que sabes es que caes, que el mundo es un lugar absurdo y sin sentido, al fin y al cabo nunca hemos sido conscientes de porque la tierra gira cada día. El mundo incluso parece un lugar más solitario, solos en medio de una multitud, la parte más humana de la poesía, parece hacerse realidad. Al fin y al cabo todo poema escrito viene de una acción realizada.

Supongo que te extrañará que te escriba, y al leerme recordarás mi nombre, no mi voz, esa incluso el propio viento la desconoce. Me conoces de mis palabras, no de mis acciones, pero a pesar de todo, me conoces, Porque yo, que escribo tú, un día fuimos uno.

En tu descenso sucede algo mágico que quizás no puedas ver: vas dejando atrás todo aquello que te impide volar. Pues caer no es más que eso, volar en una dirección que desconoces, pero que te permite mover las alas o, como sucede en el caso menos poético de la palabra, te permite caminar. Cuesta dormir, lo sé, es algo que he vivido, mientras tu cuerpo busca el camino hacia el descanso, tu mente toma un rumbo totalmente distinto. En ese viaje busca la manera de solucionar los problemas, y lo único que consigues es que todos se agrupen hasta acabar descontrolados.

Quizás debamos mirar los pasos que dimos a la hora de comenzar a subir nuestra propia montaña. Porque nos empeñamos en pensar en el siguiente paso, no el que estamos dando. Porque el ahora es quizás el futuro más valioso.

Un día me dejé caer, y en mi caída aprendí a deshacerme de aquello que no era importante, pues si pierdes algo o alguien y no lo echas de menos a cada instante, es que realmente no forma parte de tu vida. Seamos coherentes: siempre vamos a recordar pero ¿echar de menos? Ser eternos significa que no te olviden, y en este aspecto, todos, absolutamente todos (y todas claro) somos eternos en la vida.

He aprendido a no pensar en el mañana, a pensar en el ahora, en cada momento, y disfrutarlo al máximo aunque sea el gesto más pequeño e insignificante del mundo. He aprendido que por mucho que lo neguemos, la palabra escrita puede traspasar cualquiera barrera. Solo el ser humano es capaz de crear sus propios muros y negarse a derribarlos. He aprendido que hay gente maravillosa en todo el mundo, también hay gente a la cual marcaríamos con silencio. Y nos guste o a lo largo de nuestra vida, vamos a encontrar más gente a la que dar silencio que voz. Pero a esos, nuestra voz debe ser cálida, humana y sobre todo sin ningún tipo de barreras.

El futuro no deja de ser más que una palabra escrita, al fin y al cabo si miramos su cuna, vemos como esta habla de presente. Un día decidí girarme contra mi propio reloj, enseñarle los dientes y rugirle con rabia, un día decidí improvisar mi propia vida, no dejar que un futuro incierto y totalmente desconocido, marcase mi propio presente. Está claro que la vida no es un camino llano, de serlo no aprenderíamos a caminar. Porque cada obstáculo, representa un desafío el cual debemos aprender a sortear. Y cuando lo hacemos podemos mirar atrás y sonreír: hemos aprendido.

Un día me dejé caer, es algo que nunca he negado. Pero en ese viaje descendente aprendí a valorar el ahora, a abrazar aquello que me hacía feliz, a pensar que cada persona no es más que un pasajero más dentro de mi vida pero que su trayecto, no es para siempre. Es por eso que aprendí a cuidar de todas y cada una de las personas que forman parte de mi vida. Debemos ser conscientes de que algún día, marcharán. Pero hasta que eso suceda, debemos cuidarnos, hacernos sonreír los unos a los otros y apoyarnos el mundo nos impida caminar, juntos hacemos un todo alucinante.

Afrontar los problemas con firmeza, una roca se puede ablandar ante una sonrisa. Apoyarse en aquellos que, y sin importar la distancia, están ahí pues caminando entre todos, el viaje por la vida, es más agradable. Pensar en el ahora, no el después. Ser tu quien dirijas tu propia vida y lanzar el reloj que marca las horas, lo más lejos posible. Ser conscientes de que las distancias, solo existen si creemos en ella pues si miramos al cielo, incluso a miles de kilómetros, todos vemos el mismo cielo.

Un día me dejé caer y me di cuenta que estaba equivocado. Me di cuenta que simplemente estaba volando en una dirección que desconocía. Cuando fui consciente de ello me di cuenta que la tierra es redonda y por lo tanto siempre se está en movimiento, aunque en ocasiones creamos estar haciéndolo en la dirección equivocada. El ahora es una palabra tan llena de vida, que realmente no somos capaces de escribirla.

Quizás mi voz no te suene…solo espero que mis palabras sean tu ahora.



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