Siempre va bien romper las
normas…
Girar conceptos, vivir experiencias,
y sentir las cosas en la propia piel o, y como suceden en estas palabras, en
cada uno de los sentidos.
Un día quise ser
libre
-Y decidí bajarme la
luna-
Supongo que dentro de cada
persona, existe un ápice de locura que nos hace sentir libres. En ocasiones es
ápice se transforma en un todo, y nos permite ser capaces de realizar aquello
cuanto la cordura no nos permite realizar. Un día decidí volverme más luna,
girar las horas de lo establecido y caminar durante aquellas horas en los que
los demás, duermen. Supongo que, de manera silenciosa, no era más que un grito
de libertad, una necesidad de romper las cadenas de lo preestablecido, de ese
camino recto por el que vamos caminando a lo largo de nuestro día a día.
No negaré la realidad, los
primeros días fueron duros, somos seres de luz no nos engañemos. Pero sin luz
no hay oscuridad, y desde luego el abrazo de ambos conceptos, en cuanto menos
interesante. El cuerpo te dice que sigas ese camino diario, ese donde se pierden
las estrellas y pierdes el sabor del silencio. Te dice a esas nuevas horas, tu
cuerpo debería permanecer en la cama. Y por si eso no fuera suficiente, el
propio clima del invierno, te da un aliciente más. Los primeros días te
preguntas si realmente tú idea, no es más que una absurda locura que no
tardarás en modificar.
Pero a medida que pasa el tiempo,
a esas horas en las que todos duermen, vas aprendiendo a caminar. Aprendes a
valorar la calma, la ausencia de un reloj que marque las horas. Aprendes a
identificar aromas, que bien sienta el aroma a café recién hecho. Conoces
historias mucho más humanas, pues a esas horas, la vida se realiza de manera
distinta. Conoces los pasos más humanos de la gente y las historias más íntimas,
aquellas que se leen entre susurros.
Sin duda alguna, algo que se
aprende, y que se comienza a valorar con mayor fuerza, no es otra cosa que el
propio silencio. No nos engañemos, vivir en el lado contrario de la noche, te
hace perder el significado de la palabra silencio. Este te habla, te dice, te
comenta y te susurra a cada instante. Llega un punto en el que le abrazas y lo
valoras con mayor intensidad llegando a formar parte de él.
He vivido y he soñado, he
despertado en el lado más cálido de la luna. He visto soñadores, y poetas, he
visto gente de pasos rápidos, besos lentos, de esos que se dan cuando el mundo
duerme. He hablado con el silencio, he tenido las charlas más productivas que
pudiese imaginar. He contado miles de estrellas, docenas de bailes de árboles y
algún que otro gato buscando senderos sin nombre.
Y llega un día
En el que toca
despertar
Cuando lo haces añoras lo vivido,
añoras la ausencia de horas, la tranquilidad con la que el mundo avanza y sobre
todo, la voz del propio silencio. Desearás volver, hacer un poco más de noche,
abrazar a ese unviero que tanto añoras, ser parte infinita del espacio, caminar
con los pies descalzos sobre la vida, sentir el propio tacto en la piel, pues
el silencio tiene sus propias normas, y cuando lo abrazas, aceptas mientras
saltas sobre la luna.
Noche…aún te echo de menos.
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