He apagado tu verso
Sobre las luces de la ciudad
Acuérdate de mí
A la hora de volar
Hablamos solo de silencio cuando
apenas queda voz…
Te he escrito una carta, la he
vuelto a dejar bajo la noche, si despiertas simplemente me verás marchar. Desde
lejos verás las luces de mi ciudad, te preguntarás si sigo ahí, perdiéndome en
cada verso como siempre que vivo en silencio. Recordarás una sonrisa y una
lágrima sin despedida, quizás me veas volar, mantenerme firme en tu recuerdo. Y
quemarás todas las cartas que nunca supimos escribir dejando que el viento
esparza mis cenizas sobre el aire.
Recuérdame al
despertar
Mientras yo enciendo
el silencio
Las luces no son más que un
conato más de mi locura. Arde la voz en cada fragmento, el recuerdo de la
ciudad transporta todos nuestros versos. Fuimos amantes bajo la luna, ángeles
al soñar, frágiles ante los ojos más eternos. Yo estaba ahí, tú estabas aquí, y
juntos aprendimos a quemar las calles de mi ciudad. Tú me hablabas del presente
y yo te quise acompañar. Desde lejos fuimos ciego, aire ante la palabra más
firme que se escribe tras el cristal.
Y nuestros sueños
fueron aire
Sombras bajo mi
ciudad
Alas que no supieron
decir
Una palabra de adiós
Recuerdo que jugué a ser un
ángel, y caí en tu despertar. Duelen las palabras del silencio pero cuando
mires al sur, recuerda las luces de mi ciudad, quizás yo no siga ahí. Somos
aire sin ser viento y en estas calles nada es eterno, tan solo el recuerdo. Y
quizás te gane la emoción al recordarme en cada salto, en cada estrella, en cada
verso fehaciente de lunas sobre el mar. Pero estaré lejos, perdido en el
silencio, siendo solo la sombra bajo la luz de una triste ciudad.
Si me dibujas
Hazlo con la luz
apagada
Nunca quise despertar
Sin la luz de te
mirada
Desde lejos, ancladas en tu
mirada, las luces de mi ciudad parece el llanto de una noche de invierno.
Recuérdame con una sonrisa y un adiós, pero nunca con palabras. En esta ciudad
cada luz lleva un nombre que no supimos apagar, y me pierdes entre la luz más
opaca de los edificios, y me pierdes con mil gestos pero sin voz. Quizás duela
demasiado recordar que nunca hubo adiós, y que la eternidad no es más que un
recuerdo que nos oprime y no ahoga cuando no nos queda voz, cuando no nos
quedan palabras que gritar.